Hay un motivo para tener miedo. Las pandillas ultraviolentas han abierto la veda contra la policía en El Salvador en respuesta a una operación iniciada el año pasado por el gobierno.
Mientras los agentes de la inspectora de policía Alba Guevara López se internan en los estrechos callejones de un barrio controlado por pandillas en un suburbio de San Salvador, la mitad de ellos se cubren el rostro con pasamontañas negros.
«Los que viven un poco cerca les da cierto temor de que los identifiquen y luego agarran represalias cuando andan en su tiempo libre», comentó la policía, con 20 años de experiencia y el rostro visible tras sus gafas de sol. «En sus horas de descanso uno se vuelve más vulnerable».
Los asesinatos de agentes casi se multiplicaron por dos en 2015, a más de 60, y en lo que va de año han muerto 15 policías, incluidos dos el martes. En algunos casos se los ataca cuando están fuera de horas de trabajo y relajándose con familiares, que también se convierten en víctimas. Los crecientes ataques son un indicio de que el conflicto en El Salvador se está saliendo de control y amenaza con convertirse en una guerra abierta.
«Han logrado provocar una sicosis y una paranoia dentro de la policía» que daña la ya baja moral del cuerpo, indicó Jeannette Aguilar, experta en pandillas y directora del Instituto Universitario de Opinión Publica en la Universidad Centroamericana en San Salvador.
También forma parte de una cadena de asesinatos de venganza y represalias que ha puesto al país en la senda a más violencia, indicó. El Salvador tuvo en 2015 la tasa de homicidios más alta fuera de zonas de guerra, con 103 asesinatos por cada 100.000 residentes.
En los primeros tres meses de este año se han producido más de 2.000 asesinatos, por encima del ritmo del año pasado. La violencia ha hecho que miles de salvadoreños pongan rumbo a Estados Unidos.
La agencia de refugiados de Naciones Unidas pidió la semana pasada acciones inmediatas para ayudar a los que huyen de la violencia en El Salvador y las vecinas Honduras y Guatemala, en cifras tan altas cómo no se había visto desde que la región se vio golpeada por guerras civiles en la década de 1980. Aguilar vio 2015 como un momento definitorio en la violencia de El Salvador, ya que tanto el gobierno como las pandillas adoptaron estrategias de más confrontación e incluso ciudadanos corrientes tomaron las armas para perseguir a los delincuentes.
Las bandas abrieron campos de entrenamiento en las montañas y detonaron un coche bomba en la capital, empezaron a atacar a la policía y sus seres queridos, y también a soldados cuando el ejército intervino en la lucha. En apenas tres semanas de enero se acusó a pandilleros de las muertes del padre de un policía, el hermano de un soldado, las esposas de dos policías y una mujer y su hijo que eran familiares de un policía.