«Así lo quiso Dios», dice el afgano Mohamed Ashraf y rueda una lágrima por su arrugada piel de anciano. Los cuerpos sin vida de cuatro jóvenes y del patriarca de su familia acaban de ser repatriados a Kabul y yacen en ataúdes abiertos. Murieron ahogados durante su viaje a Europa.
Los ataúdes baratos de madera son alineados en el patio de la casa familiar de Kart-e-Seh, barrio de clase media de Kabul. Los cuerpos están envueltos en siniestras bolsas negras, abiertas hasta el esternón. Uno de ellos es claramente más pequeño que los otros: Faïz tenía nueve meses cuando se ahogó en el mar Egeo con nueve miembros de su familia la semana pasada.
Un tío muerde su bufanda para reprimir las lágrimas.
«Ustedes ven, les están haciendo la limpieza mortuaria», uno de los ritos funerarios del islam, explica Mohamed Ashraf, primo de la familia. Y apunta con el dedo el esquelético cuerpo del patriarca, que tiene el título de «Hajji» conferido a quienes cumplieron la peregrinación a la Meca. Unos seis hombres lavan su cadáver. Uno de ellos tiene un aire devastado y murmura una oración.
Solo los hombres son admitidos para ayudar a hacer la limpieza mortuaria de sus allegados masculinos. Dos casas más lejos, el mismo ritual se realiza con mujeres para las cinco familiares muertas ahogadas.
Diez miembros de la familia Skanderi murieron en las aguas entre Turquía y Grecia. Solo el padre de los cinco niños muertos sobrevivió al naufragio. «Se recupera en un hospital en Turquía», indica Mohamed Ashraf. «Somos todos del mismo pueblo, del mismo barrio. Crecimos juntos», dice sin poder retener las lágrimas.
Los cuerpos llegaron a Kabul el sábado por la mañana. La repatriación fue asumida por el hermano del sobreviviente y el hijo del general Dostum, primer vicepresidente afgano. «El gobierno afgano solo pagó los costos de los vehículos mortuorios entre el aeropuerto y la casa», indicó Mehrullah, cercano en la familia.
«El destino los obligó a partir»
Este drama incrementa las escalofriantes estadísticas de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), según las cuales 320 personas perdieron la vida en el mar Egeo entre inicios de enero y mediados de febrero. Las víctimas afganas, sirias o iraquíes huyen de la guerra y de un horizonte económico lamentable.
En total, más de 130.000 personas llegaron a Grecia por Turquía desde el 1 de enero, según la OIM. De Grecia, donde se encuentran en la actualidad más de 42.000 de ellos, los migrantes y refugiados tratan de llegar hasta Alemania, Gran Bretaña o Suecia.
«La vida es muy dura en Kabul. Por eso se fueron. Yo trabajo en un hotel restaurante y no me alcanza», dice en un precario inglés Atiqullah, primo de la familia, que no desea dar su apellido.
Mohamed Ashraf es más moderado. «Es cierto, hay muchos problemas en Afganistán, pero esta familia nunca tuvo enormes dificultades. El destino los llevó a partir. Así lo quiso Dios», dice.
La familia Skanderi se fue de Kabul hace mes y medio y tomó la ahora tristemente famosa ruta que pasa por Irán y Turquía, antes de lanzarse al mar Egeo y naufragar el viernes pasado.
Como la mayoría de los miles de afganos que se van a Europa, los Skanderi acudieron a traficantes que les pidieron «miles de dólares», dice Qadir, un allegado. «Hipotecaron su casa para pagarse el viaje», agregó.