Los restos de padre Pío, icono del catolicismo popular italiano, serán expuestos desde el viernes hasta el 11 de febrero en la basílica de San Pedro con motivo del Jubileo de la Misericordia. La urna de cristal del santo italiano, con el rostro cubierto por una máscara de silicona, fue trasladada el miércoles por primera vez del santuario de San Giovanni Rotondo, en el sur de Italia, a Roma, para ser expuestas primero en dos iglesias de la capital.
Las reliquias del fraile capuchino serán llevadas luego, el viernes por la tarde, en una inusual procesión, a la basílica de San Pedro junto con las de otro capuchino, también incansable confesor, San Leopoldo Mandic (1866-1942).
El papa Francisco ha querido rendir homenaje así a dos confesores ejemplares con ocasión del año del Jubileo dedicado a la misericordia y al arrepentimiento.
El cuerpo del monje de la comunidad de los capuchinos, que murió en 1968, fue exhibido por primera vez entre 2008 y 2009 en la cripta del santuario de Santa Maria delle Grazie, en Pullas (sur), suscitando devoción entre miles de italianos.
Cinco millones de personas, –entre ellas el entonces papa Benedicto XVI en 2009–, acudieron a esa remota localidad italiana, para rezar ante el popular fraile que presentaba estigmas, es decir marcas de la crucifixión, para pedirle ayuda o consuelo.
Padre Pío fue proclamado santo en 2002 por Juan Pablo II en una de las ceremonias más multitudinarias celebradas en la plaza de San Pedro.
Entre superstición y veneración
Nacido el 25 de mayo en 1887 en Pietralcina, cerca de Nápoles, Francesco Forgione, su verdadero nombre, murió el 23 de septiembre de 1968 en San Giovanni Rotondo.
Célebre por las heridas en las palmas de las manos parecidas a las que sufrió Cristo en la cruz, padre Pío es venerado por interceder en la realización de milagros y en particular curaciones de graves enfermedades.
El Vaticano, que rechaza el culto de la personalidad, investigó por años el fenómeno e intentó frenar sus actividades, debido a que lindaban con la superstición.
El santo de los estigmas es más venerado en Italia que San Francisco de Asís, por lo que le construyeron una iglesia ultramoderna, ideada por el renombrado arquitecto Renzo Piano.
Padre Pío fue rehabilitado por Juan Pablo II y sus estigmas fueron objeto de fuertes controversias y estudiadas aún cuando estaba vivo.
En el libro «Padre Pío, la gran mentira», el italiano Sergio Luzzatto sostiene que el religioso se causaba las heridas con ácido y escritores e intelectuales han denunciado el fetichismo e idolatría de su imagen, que se vende como pan caliente en tiendas y almacenes para turistas.
Entre 1923 y 1933, padre Pío fue aislado por orden de los papas en su convento.
«No lo comprendían, inclusive aquellos que tenía más cerca», sostiene Ignazio Ingrao, autor de el libro «El signo de Padre Pío«.
En 1933, por orden del papa Pío XI, le autorizaron celebrar misas públicas, aunque tuvo que esperar hasta 1964, poco antes de morir, para tener plenamente la facultad de ejercer su ministerio.
Padre Pío suscitó mucha desconfianza a Juan XXIII y en parte a Pablo VI, pero fue admirado por Karol Wojtyla, el futuro Juan Pablo II, quien contó que se confesó con él cuando era un joven sacerdote.
El argentino Francisco, hijo de inmigrantes italianos, cuando era arzobispo de Buenos Aires, promovió grupos de oración dedicados a padre Pío.
Ese tipo de religiosidad popular, que irrita a algunos sectores católicos, es reconocida por el pontífice latinoamericano como una forma de alivio para aquellos «heridos por la vida».