Sara Morán nunca pensó que llegaría a albergar 70 perros en su casa de Lima y que su vida cambiaría para siempre tras auxiliar a un perro atropellado y casi moribundo en 2007.
Todos los canes rescatados por esta peruana pertenecen a ese número indeterminado de perros anónimos que sobreviven a diario en las calles de Lima comiendo de los montones de basura y mueren abandonados en medio de una calle sin que nadie los llore.
“A veces pienso que Dios me ha dado esta misión”, reflexiona la mujer de 48 años mientras cambia el pañal de “Pecas” uno de los ocho perros atropellados que ella rescató de una vida de sufrimiento y que ahora usan prótesis con ruedas para caminar.
La casa de Morán explota en algunas horas del día cuando los 70 perros ladran al unísono y los vecinos aún se resisten a los ruidos que escapan por las ventanas.
Lo más difícil es conseguir alimento para las decenas de bocas durante los 365 días del año. Ella no se desanima y algunos interesados le apoyan con comida y pañales para los perros lastimados.
Pero Morán no solo les procura comida, también diversión.
En la temporada de invierno en el Pacífico Sur, cuando peruanos y extranjeros no van a la playa, ella y los perros corren por la arena durante algunas horas de la mañana. Incluso los perros lisiados les ladran a las olas y al cielo gris de Lima.
Verlos felices, después de haber sufrido el desprecio de los humanos, es la mejor recompensa para Morán.
“Son demasiado puros, su alma no conoce de perversidades”, dice.