La Semana Santa dejó en Centroamérica al menos 394 muertos, la mayoría por accidentes de tránsito y homicidios, entre los que destacó el del futbolista panameño Amílcar Henríquez, atacado con arma de fuego en la ciudad de Colón.
En medio de multitudinarias movilizaciones a playas y templos, murieron 179 personas en homicidos, 139 en accidentes viales, 53 ahogados y 23 en otros tipos de percances, como choques acuáticos o caídas, de acuerdo con reportes de las autoridades.
El Salvador, uno de los países con las mayores tasas de violencia del mundo, fue en el que hubo más víctimas por accidentes viales y homicidios.
En total 81 personas fueron asesinadas, un 52 % menos que en la Semana mayor del año pasado, y otras 50 murieron en percances viales, un 56 % más que el año pasado.
Guatemala reportó 74 crímenes, Nicaragua 13, Costa Rica seis y Panamá cinco, entre ellos el del futbolista que jugaba actualmente la eliminatoria al Mundial y un acompañante suyo.
En Honduras, un país que conforma con Guatemala y El Salvador el violento Triángulo Norte de Centroamérica, las autoridades no han dado un reporte oficial de muertes criminales.
En las vías murieron 25 personas en Guatemala, 28 en Nicaragua, 17 en Honduras, 18 en Costa Rica y una en Panamá, mientras resultaron lesionados al menos 687 conductores y pasajeros.
Las autoridades de seguridad y protección civil de todos los países de la región desplegaron miles de agentes para cuidar a las millones de personas que se movilizaron a las actividades religiosas y a los diferentes balnearios, muy visitados por las altas temperaturas propias de la época.
En los paisajes acuáticos murieron ahogadas unas 53 personas, 21 de ellas en Nicaragua y 16 en Honduras.
Las actividades propias de la Semana Santa transcurrieron a todo color, como es usual en la región, con masivos viacrucis, kilómetros de alfombras pasionarias hechas de aserrín y multitudinarias prácticas folclóricas en las que se expresó el sincretismo indígena y católico de la región.
En las prédicas religiosas abundaron los llamados a la paz y al fin de la corrupción en una región que incluye a algunos de los países más violentos y empobrecidos del mundo, afectados por las pandillas y el narcotráfico, sin que se viva una guerra convencional.