Hace 16 años, mientras miles de salvadoreños trataban de superar las pérdidas por el devastador terremoto del 13 de enero de 2001, otro fuerte sismo sacudió el territorio nacional, dejando un saldo de 315 muertos, unos 3,319 lesionados, 92 soterrados, 275,013 damnificados y 44,750 viviendas destruidas, según datos finales del Sistema Nacional de Protección Civil.
Eran las 8:22 de la mañana, cuando la población salvadoreña fue sorprendida por otro sismo, cuya intensidad fue de 6.6 grados en la escala de Richter. El pánico se apoderó de niños, jóvenes, adultos y ancianos, corriendo de un lado hacia otro buscando refugio. Muchos empleados salían desesperados de sus lugares de trabajo con destino hacia los centros educativos donde estaban sus hijos.
El pánico y el nerviosismo hizo de las suyas mientras la catástrofe ocurría. Minutos más tarde, ante una aparente calma, sirenas abiertas de ambulancias sonaban desesperadas, la red telefónica y el transporte público colapsó.
Carlos Fuentes, miembro de Comandos de Salvamento de El Salvador, relata que se encontraba en la base central ubicada en la novena calle oriente de San Salvador cuando sucedió el siniestro. “Nos encontrábamos en la base, otros estaban en sus casas y eso nos hizo activarnos; comenzamos a llamar para conocer lo que estaba pasando, para hacer monitoreos porque no sabíamos donde había sido la mayor catástrofe”, relata.
Con la mirada pérdida, Fuentes narra el ambiente de pánico al que se enfrentó en Verapaz, San Vicente. “Escuchar los gritos de los niños, personas adultas, es duro; escuchar que un niño te diga: ‘Véngase para acá, aquí está mi papá debajo de ese montón de tierra, vengan a ayudarnos ahí están mis abuelos debajo de ese monto de tierra’, oír de los mismos niños gritos de auxilio para rescatar a sus papás es algo bien doloroso”, recuerda.
Según explicó el geólogo Scott Baxter, el 14 de febrero, a Diario El Mundo, los estragos que causó el terremoto en los departamentos de San Vicente, La Paz y Cuscatlán, fueron por la localización del epicentro y la profundidad del fenómeno. Su origen fue en San Pedro Nonualco, La Paz, con una profundidad de 8 kilómetros, eso causó que la energía que se liberara provocara ondas expansivas, que causaron más impacto en estas zonas.
El operativo de búsqueda en Verapaz se extendió por siete días, según Fuentes. “Siete días y siete noches. Eran horas de descanso nada más para nosotros, porque queríamos seguir ayudando a la gente, a nuestros compañeros”, relata. Agrega que lo más “duro” del trabajo era dar las malas noticias a los familiares. “Yo dejaba que mis compañeros actuaran en ese momento porque es bastante duro decirle al familiar su hijo está fallecido, o su papá, sus abuelos, sus tíos o se le murieron tantos de su circulo familiar, es duro”, señala.
Hasta hoy, 13 de febrero de 2017, muchas personas no se recuperan de aquel terrible episodio de la historia del pulgarcito de Ámérica, albergando en sus memorias trágicas imágenes donde figuran, principalmente, los rostros de los seres queridos que un terremoto les arrebató la vida.
Fuente: Elmundo.sv