Cuando Alex Rodríguez estaba en el mejor momento de su carrera, cuando era el mejor jugador de todo el béisbol y nadie sabía sobre los esteroides, ocasionalmente se le acercaba a un colega en los vestidores, luego de tener un gran día, y le preguntaba: «¿Cómo se vio mi swing?».
Era algo comparable al estudiante de A+, que necesitaba reafirmación de un resultado de 102, y para algunos compañeros, era una ventana hacia la inseguridad que le afectó incluso en sus mejores temporadas.
Pero desde el momento en que Rodríguez fue suspendido hasta el instante en que reinició su carrera en el 2015, pareció alcanzar un dominio absoluto de aquella parte de sí que controlaba la manera en que era percibido. Desde que cumplió el castigo más severo en el béisbol desde Pete Rose, Rodríguez ha sido mucho más autocrítico -más en paz, tomando prestadas sus propias palabras recientes.
Eso podría ayudarle ahora que se mueve hacia un próximo capítulo en su vida, porque no hace sentido preocuparse por un legado que está sólido e inalterable. Al amanecer del domingo, Alex Rodríguez cuenta con 696 cuadrangulares, y solamente Barry Bonds, Hank Aaron y Babe Ruth han conectado más. Suma 3,114 hits, solamente superado por 19 jugadores. Tiene 2,084 impulsadas, más que nadie que no lleve por apellido Aaron o Ruth. Acumula 2,021 carreras anotadas, el octavo mejor en toda la historia. Tiene tres premios de Jugador Más Valioso y un anillo de campeonato de la temporada 2009 con los Yankees.
Ninguno de esos números y logros se los pueden quitar; le pertenecen. Por un periodo de quizás una década, fue el mejor jugador de la Liga Americana y la mercancía más codiciada: un jugador del cuadro qe podía lo mismo batear con poder y para promedio y de un fildeo elite, ganador de dos Guantes de Oro.
Sin embargo, hasta tanto ocurra un cambio dramático en la manera de pensar, Rodríguez jamás será electo al Salón de la Fama por un grupo de escritores que han demostrado una y otra vez que no votarán por un jugador sustancialmente vinculado a drogas para mejorar el rendimiento. Por eso es que Barry Bonds jamás se ha acercado a ser electo, ni tampoco Roger Clemens, dos jugadores que predominaron sobre el béisbol durante dos décadas.
Rodríguez inicialmente confesó el uso en el 2009 y cinco años después fue suspendido tras otra ronda de dopaje, ésta a través de la Clínica Biogenesis.
Rodríguez nunca será recordado sencillamente como uno de los mejores jugadores de todos los tiempos; en cambio, será recordado como uno de los mejores jugadores que utilizó drogas para mejorar el rendimiento -no precisamente una descripción para plasmar en el bronce del Salón de la Fama-.
Estuve junto a un futuro miembro del Salón de la Fama la primera vez que vi a Alex Rodríguez. Fue en el verano de 1993, y Tony Gwynn estaba tomando una temprana práctica de bateo en lo que entonces se conocía como el Jack Murphy Stadium. Rodríguez había sido seleccionado ese verano en el primer turno por los Marineros, pero todavía no había firmado, y acudió al Jack Murphy a hacer lo que tantas veces hizo en su vida: buscar consejos de los poderosos.
Gwynn ya había ganado cuatro de sus eventuales ocho títulos de bateo, y nueve de sus 15 selecciones al Juego de Estrellas, y Rodríguez quería dialogar con él sobre su status.
Ambos charlaron, Rodríguez en un asiento de primera fila cerca de la cueva de los Padres por el costado de primera base. Cuando terminaron, Gwynn regresó a la caja de bateo y resumió la conversación: exhortó a Rodríguez a dejar de discutir por dinero y a firmar lo antes posible, para dedicarse al negocio de comenzar su carrera en el terreno de juego.
Tony concluyó diciendo: «buen chico».
Era un Alex Rodríguez de 18 años. Qué promesa. Qué potencia. Y con el final de su carrera a la vista, podemos agregar: qué desperdicio, aunque es imposible saber exactamente cuándo comenzó Rodríguez a usar drogas para mejorar el rendimiento, así como miles de sus colegas peloteros en las mayores y en las menores, o cuánta base proveyeron a su labor.
Ahora todo eso es historia, sin embargo, lo mejor y lo peor, y Alex Rodríguez no puede ganar nada más insistiendo en lo que ya no puede cambiar. Su carrera terminó, pero su vida y su era como padre continúan, y sin necesitar en absoluto preguntarle a alguien cómo luce su swing.