A lo largo de «The Revenant», una de las películas triunfadoras en las últimas entregas de los premios Oscar de Hollywood, el personaje encarnado por Leonardo Di Caprio sobrevive, en estremecedora secuencia fílmica, al ataque de un oso. Y esa es sólo una de las múltiples peripecias en las que escapa milagrosamente de la muerte: sortea también la persecución de una tribu india ávida de venganza, resiste la intemperie del inhóspito entorno natural que le rodea y se siente incluso con ánimos de intensificar su particular caza, dispuesto a ajusticiar de una vez por todas al asesino de su hijo.
Hasta aquí el «spoiler». Entra en escena el Atlético de Madrid.
El equipo dirigido por el técnico argentino Diego Simeone vivirá el sábado el símil futbolístico de la célebre alfombra roja que suele acompañar las galas cinematográficas.
El escenario, el mítico estadio San Siro de la glamorosa ciudad de Milán, acoge la final de la Liga de Campeones, la segunda en tres años que jugará el conjunto rojiblanco, y depara un rival con aura de villano en el imaginario de la tribu «colchonera»: el vecino Real Madrid, máximo ganador de Copas de Europa, con 10 en sus vitrinas.
Todo un oso para el Atlético, que precisamente le cedió la última en 2014 en Lisboa, cuando los hombres de Simeone rozaron la proeza pero acabaron doblando la rodilla por culpa de un gol del madridista Sergio Ramos en los descuentos. La igualada forzó la prórroga y permitió la remontada del Madrid, vencedor por 4-1.
Aquel zarpazo, similar por doloroso con el de la final pérdida en 1974, cuando el Bayern de Múnich niveló agónicamente y obligó a un segundo y fatídico partido de desempate, hubiera dejado tendido en la lona un buen rato a más de uno.
Pero, si algo caracteriza a este nuevo Atlético de Simeone es la constancia, unida a la capacidad de reinventarse y adaptarse a las circunstancias que se le presentan por el camino.
Profundamente herido pero para nada desfallecido, el equipo rojiblanco reaccionó con orgullo y dosis de gran fútbol a la temporada siguiente, la primera que acabó sin título importante desde el arribo de Simeone al banquillo en 2011.
Eso no fue obstáculo para que la entidad madrileña siguiera firme en su propósito de codearse con los grandes de Europa, mientras peleaba a la vez por reconquistar la liga española ganada hace dos campañas. Partido a partido, secuencia a secuencia, el director Simeone ha logrado recolocar a su equipo en la cúspide, finalizando tercero el campeonato nacional, a sólo tres puntos de distancia del ganador Barcelona, y protagonista del último gran acto de la temporada, con oportunidad de cobrarse la deuda que, en opinión generalizada, le debe el fútbol.
Un guion digno de superproducción hollywoodiense, por mucho que Simeone haya vetado la palabra «venganza» del manuscrito entregado a sus pupilos, y que el propio reparto haya sufrido destacadas fugas desde aquella final en Lisboa.
«En la vida no hay revanchas. Sólo nuevas oportunidades», insistió Simeone.
Ya no figura el goleador Diego Costa, al que el estraga bonaerense consideró tan relevante que colocó de titular pese a llegar renqueante a la cita de 2014. Un error que pagó caro, al verse forzado a sustituirle y malgastar un cambio que echaría de menos en el tiempo añadido.
Tampoco están Miranda, el central traspasado al Inter de Milán, o el creativo Arda Turan, fichado un año después por el Barsa. El imponente Thibaut Courtois defiende hoy el arco del Chelsea, y el volante Raúl García, entonces revulsivo, batalla actualmente en el Athletic de Bilbao.
Ningún candidato a ganar la Champions sufrió en tan poco tiempo semejante diáspora de talento y, aunque bien es cierto que el Atlético ha dispuesto de dinero para atraer delanteros considerados de talla mundial como el croata Mario Manduzkic, el colombiano Jackson Martínez o el argentino Luciano Vietto, también lo es que ninguno de los tres ha funcionado desde la salida de Costa. Apenas el cordobés se mantiene en el plantel, y los indicios apuntan a su inmediata salida.
Curiosamente, la secretaría técnica ha fallado en la evaluación en que se le suponía más experta, la de ariete. No en vano, antes defendieron la camiseta rojiblanca goleadores de la talla del uruguayo Diego Forlán, el argentino Sergio Agüero o el colombiano Radamel Falcao.
Simeone solo llegó a tiempo de dirigir al último, que rindió de maravilla bajo su tutela, antes de fichar por el Mónaco y caer en el olvido. Y allí reside gran parte de la diferencia entre el nuevo y el viejo Atlético, conocido con el sobrenombre de «pupas» por su alargada desgracia.
Si antes equipo e hinchas caían en depresión con la inevitable despedida de sus jugadores-bandera, ahora el plantel exhibe una asombrosa capacidad de regeneración que ilusiona repetidamente a la afición, mientras que muchos de los emigrados como Turan, prácticamente inédito en el Barsa, o Costa, frustrado en Londres, ocultan con dificultad su morriña.
Otros, como el lateral Filipe Luis, forzaron su regreso tras una insatisfactoria experiencia en el Chelsea, y el sábado tendrá ocasión de culminar una brillante campaña individual y colectiva en la final continental.
El brasileño formó parte del once del Atlético que hace cuatro años y medio cayó eliminado de la Copa del Rey ante el modesto Albacete, previo a la llegada de Simeone. Otro de los grandes méritos del técnico ha sido el de, tras una ligera limpieza inicial, aprovechar muchos de los mimbres que le fueron entregados entonces. Concretamente hombres que parecían deportivamente desahuciados como el uruguayo Diego Godín, Juanfran Torres, Gabi Fernández y Jorge Resurreción «Koke», protagonistas de aquel batacazo y presumibles titulares el sábado junto a Fernando Torres, el «Niño» que se formó en la cantera y regresó como veterano para intentar levantar la primera Copa de Europa de la historia del club.
«Simeone es lo mejor que le ha pasado a mi carrera deportiva», asegura Godín.
Unidos los futbolistas reciclados a nuevas y acertadas incorporaciones como el uruguayo José María Giménez, fichado con apenas 18 años, el argentino Angel Correa, apartado del fútbol durante prácticamente un año por un problema cardiaco, el arquero Jan Oblak o el goleador Antoine Griezmann, ambos en trayectoria ascendente, el Atlético ha logrado no sólo sobrevivir junto a los grandes, sino despeñarlos del desfiladero rumbo a Milán.
Por el camino quedaron Barsa y Bayern. Como el oso que figura en el escudo del club rojiblanco, el Madrid espera de pie, empeñado en frustrar de nuevo las esperanzas rojiblancas. Pero en esta película, los únicos «indios» que aparecen son los ruidosos fieles que acompañaran a la tribu «colchonera» en las gradas de San Siro.
Y el que sigue volviendo no es Di Caprio.
Es el Atlético de Simeone.